El gran Meaulnes, niñez en descomposición


Con 27 años, el cuerpo roto de Alain Fournier fue arrojado a una fosa común tras la batalla del Marne (1914). Pero con él se enterró una semilla que germinaría, negra, en los corazones de millones de adolescentes. Sorprende que El gran Meaulnes haya sido lectura casi obligada en las escuelas francesas, ya que está empapada del veneno para la inocencia infantil y a su vez el antídoto conocido, esto es, tragarse la hiel de hacerse mayor, aburrido y con pelos en las orejas.  
Ahí queda la cáscara del niño que fuimos: ése es su argumento.
El único libro de Fournier se divide en dos actos, un primero que avanza de forma engañosamente espontánea, encandilándonos por la magia y la atmósfera romántica que irradia su protagonista; y luego, zas, el segundo para arrastrarte consigo al más completo nihilismo. El gran Meaulnes detiene el momento vital en el que te desgajas de tu mundo infantil, apuñalado por el amor y otras complicaciones, y lo conserva en ámbar para que veamos en qué extraño insecto nos convertimos los humanos de un día para otro.

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